Ya estoy por aquí de vuelta en Dublin más relajado después de las vacaciones e intentando volver al ritmo de esta ciudad. Tras el verano gallego me interne en una fresca pero fascinante Berlín. Berlín merece una entrada entera en el blog y veremos si encuentro tiempo para ello.
Es una foto bonita, verdad? Ciertamente es un sitio magnifico. Un entorno memorable para celebrar una boda. Y ahí es donde Iwona y Guilluame decidieron casarse el pasado fin de semana: Temple House. La historia de la casa se remonta al 1825 bajo la regencia de Colonel Alexander Perceval. Sir Perceval, ese famoso caballero de la tabla redonda del Rey Arturo cuyo nombre permanece en la historia por siglos y siglos. Muchísimos años pasaron hasta que uno de sus descendientes se hizo con el castillo. La familia Perceval todavía lo regenta hoy en día y llevan a cabo un lento y costosísimo proceso de restauración de este pazo irlandés. Y como medio de ingresos en estos días usan la parte de la casa que ha sido restaurada como hotel o lugar de celebración de eventos.
Cuando una llega a Temple House se encuentra transportado a tiempos más remotos nada más cruzar la entrada a la finca. Ante nuestros ojos dulces ondulaciones verdes con árboles esporádicos aquí y allá y ovejas por doquier. Tras avanzar varios cientos de metros se comienza a divisar una casa señorial y las ruinas de un muy viejo castillo cubiertas por la naturaleza a la vera de un lago privado. Ruinas de un castillo de origen templario que sufrió derribos y reconstrucciones a lo largo de los siglos hasta que Colonel decidió acomodarse en la nueva casa dejando su uso como estancias para los criados.
Exteriormente las paredes de la casa ennegrecidas por el paso de los años proporcionan una sensación de antigüedad y aristocracia. El interior es cálido y acogedor y con una decoración de otro siglo. En los halles encontramos cabezas de animales disecados o fotos, símbolos abundante pesca y cacería de los alrededores. La grandiosa escalera en forma de L y los corredores están vigilados por las decenas de retratos que cuelgan de las paredes. Las habitaciones, a cada cual más enorme, todavía tienen las viejas camas con doseles, chimeneas para combatir el frío, cómodas con espejos y hasta los cepillos de aquella época que todavía se pueden usar. Se podría rodar una película de época sin quitar o añadir nada a esta casa.
Y sumando a este marco estaba Guilluame. Un chef de primerísima que cocinó para su propia boda y para los que quisieron apuntarse los dos días siguientes. Era como estar en familia en una gran casa. Uno cogía su plato, lo llenaba de deliciosa comida y buscaba algún sitio en donde sentarse entre amigos. No faltó la mejor selección de vino blanco, tinto y champán francés. Diferentes quesos y hasta cuatro tartas hicieron el postre. Para continuar la fiesta una banda de jazz y finalmente las espontaneidad de los invitados irlandeses a manos de sus instrumentos. Ah! y también una irlandesa dio una exhibición danzando con péndulos envueltos en llamas. Boda perfecta en un marco inolvidable. Han puesto el listón muy alto!
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