A pesar de ser una temprana hora de la mañana el sol ya se encontraba bastante alto.
Dormía placenteramente en mi cama soñando con algo que no consigo recordar, pero que tampoco importa. Un sonido monótono, ronco y amortiguado me sacó de mi sueño para sumirme en un estado de letargo semiconsciente. Ahora era consciente claramente de ese sonido. Y lo reconocía. Era un cortacésped. Sí, eso era. Allí estaba arrebujado entre las sábanas de mi cama una mañana de fin de semana tras haberme acostado a las mil y alguien afuera, posiblemente mi padre, estaba cortando el césped. Esa es una tarea de la que normalmente me hago cargo, pero que esta vez iba a eludir. Y extrañamente me sentía bien y feliz. Tras un ratito el letargo semiconsciente dió paso a una consciencia casi total hasta el punto de llegar a abrir los ojos.
Sí, aquella era mi habitación, pero no la que yo esperaba. No era la habitación en la que he vivido tantos años en casa de mis padres. No estaba en Porriño sino en Dublín y era un día de semana. Podía seguir escuchando ese sonido ronco y distante, pero cuyo origen no era un cortacésped sino alguna otra máquina que operaba en la calle. Serian las siete y pico; pronto el despertador sonaría y me tendría que ir a trabajar.
Imposible describir esa sensación tan ambigua y rara que me embargo.
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