Hacia al menos diez años que no estaba en esta parte de España. He vuelto a comprender porque. Paisaje monótno, casi desértico y dominado por los tonos ocres. Tonos que se extienden a la edificación. Decenas, cientos de chalets y apartamentos que se espanden por la linea de costa de forma interminable, mayoritariamente vacíos en esta época del año. Los inquilinos, matrimonios con una edad media de 50 años. Españolitos mezclados con ingleses, irlandeses, alemanes o suecos entre los que se aventuran africanos o sudamericanos que intentan sobrevivir a sus miserias.

Ahora los atuneros españoles son secuestrados por piratas africanos y la solución del gobierno es armar a los pesqueros con armas de medio alcance para que se puedan proteger. Los marineros, que ya bastante tienen con su duro trabajo, ahora, además tienen que ser soldados. Seguro que la próxima vez que vea un telediario la noticia no hablará de secuestros sino de los marineros abatidos. Violencia con más violencia. Piratas en el sigulo XXI. ¿Nos dirigimos al furuto apocalíptico de Children of men? No importa que sigamos siendo fértiles, la socieda sigue en clara decadencia.
Claro que también he podido disfrutar de la rica gastronomía española: pescado fresco, quesos, jamones y una exquisita churrascada hecha por mi. Todo bañado por caldos caseros o nacionales, tintos o blancos y cebada puesta en estado líquido. Interminables helados o una sidra en una terraza con los pies casi bañados por el cálido Mediterraneo. Y baños matutinos en aguas cristalinas.
El viaje ha llegado a su fin y ahora toca volver a mi fría realidad.
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